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El Progreso del Peregrino
Por Juan Bunyan Etiquetas: Juan Bunyan, Puritanos

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David dijo a DIOS, ¡¡¡CONTRA TI, SOLO CONTRA TI SOLO HE PECADO!!! – ¿Tu que diras delante de DIOS?




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¿PUEDE JESUS SER TU SALVADOR SIN SER TU SEÑOR?

UN CRISTO DIVIDIDO, UNA HEREJÍA EVANGÉLICA

Por A. W. Tozer

“Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia”

1ª de Pedro 1:14

Las Escrituras en ninguna parte enseñan que la persona de Jesucristo o ninguna de sus funciones u oficios importantes los cuales Dios le dio, puedan ser divididos o ignorados.

Pero ha entrado una herejía muy perniciosa a través de todos nuestros círculos evangélicos cristianos. Es un concepto ampliamente aceptado de que nosotros como humanos podemos escoger aceptar a Cristo únicamente porque lo necesitamos como nuestro Salvador, y que tenemos el derecho de posponer nuestra obediencia a Él como nuestro Señor, por todo el tiempo que queramos.

Este concepto ha brotado naturalmente de un mal entendido de lo que la Biblia dice en realidad acerca del discipulado cristiano y la obediencia. Confieso que yo estaba entre aquellos que lo predicaban, antes de que empezara a orar a conciencia, a estudiar diligentemente, y a meditar con angustia sobre todo este asunto.

Creo que lo siguiente es una declaración semejante a lo que a mí se me enseñó en mi primera experiencia cristiana: “Nosotros somos salvos recibiendo a Cristo como nuestro Salvador y somos santificados recibiendo a Cristo como nuestro Señor. Y es posible que hagamos lo primero sin hacer lo segundo”. Ciertamente este concepto requiere de una profunda modificación en las mentes y que muchos la corrijan para guardarnos del error.

La verdad es que la salvaciÓn separada de la obediencia no existe en las Escrituras. Pedro hace ver muy claro que nosotros somos “elegidos según la presciencia (conocimiento anticipado) de Dios el Padre, a través de la santificación del Espíritu para obediencia” (1a de Pedro 1:2, paráfrasis del autor).

Que tragedia es que en nuestros días, oímos muy seguido que el evangelio se predica sobre estas bases: “¡Ven a Jesús! No tienes que dejar nada, no tienes que cambiar nada, no tienes que entregar nada, no tienes que dar nada a cambio, únicamente ven a Él y cree en Él como tu Salvador”.

Así que la gente viene y cree en el Salvador. Más tarde en una reunión o en una conferencia ellos oirán otro llamado: “Ahora que tú ya has recibido al Señor como tu Salvador, lo tomarás o lo recibirás como tu Señor?”.

El hecho de que esto se oiga en todas partes no lo hace correcto. Insistirle a la persona que crea en un Cristo dividido es una enseñanza incorrecta. ¡Nadie puede recibir la mitad de Cristo, o la tercera parte de Cristo, o una cuarta parte de la persona de Cristo!

He oído a siervos de Dios decir con buena intención: “Ven y cree en la obra terminada (ya todo está hecho)”. Esta obra no te va a salvar. La Biblia no nos dice que creamos en una función o en una obra. Más bien dice que creamos en el Señor Jesucristo, la persona que ha hecho esta obra y que tiene todas esas funciones.

Me parece sumamente importante que Pedro hable de sus compañeros cristianos de aquel tiempo como “niños obedientes” (Ver 1a de Pedro 1:14). Él no les estaba dando una orden o una exhortación a ser obedientes. En realidad él dijo: “Supongo que ustedes son creyentes, por eso también creo que son obedientes. Así que ahora, como niños obedientes, hagan esto y esto”.

La obediencia se enseña a través de toda la Biblia y la verdadera obediencia es uno de los requerimientos más difíciles en la vida cristiana. Separada de la obediencia no puede haber salvación, la salvación sin obediencia no es posible porque es contraria a lo que está escrito en la palabra de Dios.

La esencia del pecado es la rebelión en contra de la autoridad divina

Dios dijo a Adán y a Eva: “No comerás de este árbol, porque en el día que tú comieres ciertamente morirás” (Ver Génesis 2:16-17). Esta es una orden divina que requería obediencia de parte de aquellos que tenían voluntad propia y el poder de escoger.

A pesar de la advertencia tan fuerte que se les dio, Adán y Eva extendieron la mano y comieron de la fruta, y así desobedecieron y se rebelaron, trayendo el pecado y la condenación sobre sí mismos.

Pablo escribe clara y directamente en el libro de Romanos acerca de “la desobediencia del hombre”. Lo que escribió el apóstol es una palabra dura dada por el Espíritu Santo: “Por medio de la desobediencia de un hombre vino la caída de la raza humana” (Ver Romanos 5:12-21).

En el evangelio de Juan está muy claro que el pecado es desobediencia a la ley de Dios.

El cuadro de los pecadores que Pablo describe en el libro a los Efesios concluye que la gente del mundo son “los hijos de desobediencia”. Pablo quiere decir que la desobediencia los caracteriza, que constituye su condición, que los moldea. Que la desobediencia se ha convertido en una parte de su naturaleza.

Todo esto nos da un antecedente para la gran pregunta que siempre ha surgido ante la raza humana: ¿quién es el jefe? Esto se convierte en una serie de tres preguntas: ¿a quién pertenezco?, ¿a quién le debo lealtad?, ¿quién tiene autoridad para requerirme obediencia?

Yo supongo que de toda la gente del mundo, son los americanos los que tienen mayor problema para obedecer a alguien o a algo. Eso es, porque se supone que los americanos son los hijos de la libertad. Son el resultado de una revuelta. Produjeron una revolución cuando tiraron las pacas de té al mar desde el barco en el puerto de Boston. Hubo discursos y dijeron: “El sonido de las armas será llevado por el viento que sopla desde la comunidad de Boston”, y también, “¡Dame la libertad o dame la muerte!”. Esto está en la sangre americana, y cuando alguien dice, “tú le debes obediencia a tal o a cual”, inmediatamente se erizan. En realidad, no nos agrada la indicación de someternos en obediencia a nadie.

Igualmente, la gente de este mundo tiene una contestación lista y rápida a las preguntas de dominio y obediencia. Dirían, “yo me pertenezco a mí mismo, nadie tiene autoridad para requerirme obediencia”.

Nuestra generación hace gran alarde de esto; le damos el nombre de “individualismo” (sistema de refinado egoísmo), y sobre la base de nuestra individualidad demandamos el derecho de decidir por nosotros mismos.

Ahora bien, si Dios nos hubiera hecho meramente máquinas, no tendríamos el poder de decidir por nosotros mismos. Pero como nos hizo a Su imagen, y nos hizo para que fuéramos criaturas morales (de buenas costumbres y acciones lícitas), por lo tanto el Señor nos ha dado ese poder.

Insisto en que no tenemos el derecho de decidir por nosotros mismos, porque Dios nos ha dado el poder mas no el derecho de escoger la maldad. Viendo que Dios es un Dios santo y que nosotros somos criaturas morales con el poder pero no el derecho de escoger la maldad, ningún hombre tiene ningún derecho de mentir. Tenemos el poder de robar: puedo salir a la calle a conseguir un abrigo mejor que el que tengo ahora. Puedo entrar a un lugar y robarme ese abrigo y salirme por una de las puertas de los lados sin ser observado. Tengo el poder, pero no tengo el derecho.

También tengo el poder de usar un cuchillo, una navaja, o una pistola para matar a cualquier persona, pero no tengo este derecho.

En realidad, solamente tenemos derecho de hacer el bien, porque Dios es bueno. Sólo tenemos derecho de ser santos, pero no malos. Adán y Eva no tenían ningún derecho moral de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, y al hacerlo, usurparon un derecho que no era de ellos.

El poeta Tennyson ha de haber estado pensado acerca de esto cuando escribió en sus “Memorias”: “Nuestras voluntades son nuestras, no sabemos como; nuestras voluntades son nuestras, para hacerlas tuyas Señor”.

Este misterio de la libre voluntad del hombre es demasiado grande para nosotros. Tennyson dijo: “…no sabemos cómo”. Pero continúa diciendo, “…nuestras voluntades son nuestras, para hacerlas tuyas Señor”. Y este es el único derecho que tenemos aquí: hacer de nuestra voluntad la voluntad de Dios; para hacer de la voluntad de Dios nuestra voluntad.

Debemos recordar que Dios es el Soberano y nosotros las criaturas. Él es el Creador y por eso tiene derecho de ordenarnos. Nuestra obligación es obedecer. Es una obligación agradable y puedo decir, que “su yugo es fácil y ligera su carga” (Ver Mateo 11:30).

Ahora vuelvo al punto de la insistencia humana de que Cristo tenga con nosotros una relación dividida. ¿Cómo se puede hallar apoyo para enseñar que nuestro Señor Jesucristo puede ser nuestro Salvador sin ser nuestro Señor? ¿Cómo se puede continuar enseñando que se puede ser salvo sin ninguna intención de obedecer a nuestro Señor? (Ver Hechos 2:36).

Estoy convencido de que cuando un hombre cree en Jesucristo, debe creer en todo el Señor Jesucristo, sin ninguna reserva. Yo creo que no es correcto ver a Jesucristo como un tipo de enfermero divino a quien nosotros acudimos cuando el pecado nos ha enfermado, y que después de que nos ha ayudado decirle “adiós”, y seguir por nuestro propio camino.

Vamos a suponer que entro a un hospital y le digo al personal que necesito una transfusión de sangre, o una radiografía de mi próstata. Después de que ellos me prestan sus servicios y me atienden, me salgo por la puerta del hospital con un alegre “adiós”, diciéndoles que fueron muy bondadosos en ayudarme cuando lo necesité, y me voy como si no les debiera nada.

Puede ser que esto suene grotesco, pero pinta claramente el cuadro de aquellos a quienes se les ha enseñado que pueden usar a Jesús como Salvador en el tiempo en que lo necesiten, pero sin reconocerlo como Señor y sin deberle obediencia y lealtad.

En ninguna parte de la Biblia se nos enseña a creer que podemos usar a Jesús como Salvador y no reconocerlo como nuestro Señor. Él es el Señor, y así, como Señor, nos salva porque tiene todas las funciones u oficios de Salvador, de Cristo, de Sumo Sacerdote, y Él mismo es sabiduría, justicia, santificación y redención. Todo esto forma parte de Él como Cristo el Señor.

Nosotros no podemos ir a Jesucristo como obreros astutos y decirle, “tomaremos eso y aquello, pero no tomaremos esto”. No vamos a Él como quien compra muebles para su casa y le dice al vendedor, “me llevo esta mesa, pero no quiero la silla”, ¡dividiéndolo! ¡No! ¡Es todo de Cristo, o nada de Cristo!

Necesitamos predicar otra vez al mundo un Cristo completo. Un Cristo que será Señor de todo, o no será Señor de nada.

La salvación verdadera restaura el derecho de la relación entre el Creador y la criatura, porque vuelve a dar derecho a nuestro compañerismo y comunión con Dios. Ustedes se podrán dar cuenta que en este tiempo se ha enfatizado mucho la condición del pecador. Se habla mucho acerca de las aflicciones del pecador, de su pena y de las grandes cargas que lleva, pero nos hemos olvidado del hecho principal, que el pecador es en realidad un rebelde en contra de la autoridad perfectamente constituida de Cristo.

Esto es lo que hace al pecado, pecado. El pecador es un rebelde. Es hijo de desobediencia. El pecado es el quebrantamiento de la ley, y el pecador es un rebelde, fugitivo de las leyes justas de Dios.

Vamos a suponer que un hombre escapa de una prisión. Ciertamente tendrá penas y angustias. Le va a doler cuando se golpee contra troncos, piedras y cercas, igual que cuando se arrastre por ahí en la obscuridad. Va a tener hambre, va a sentir frío y cansancio, va a estar cansado y entumido de frío. Todas estas cosas le pasarán, pero son incidentales comparadas al hecho de que es un fugitivo de la justicia y un rebelde en contra de la ley.

Lo mismo pasa con los pecadores. Ciertamente tienen el corazón quebrantado y llevan una carga muy pesada; la Biblia nos muestra acerca de su condición. Pero ésta, es incidental al compararla con el hecho que nos muestra la razón por la cual el pecador es lo que es: que se ha rebelado contra la ley de Dios, y es un fugitivo del juicio divino.

Esto es lo que constituye la naturaleza del pecado. La carga pesada de miseria y tristeza, la culpabilidad y otras consecuencias, constituyen únicamente lo que brota de una voluntad no rendida al Espíritu Santo. Así que la raíz del pecado es la rebelión en contra de la Ley, la rebelión en contra de Dios. ¿No es el pecador el que dice, “yo me pertenezco a mí mismo, yo no le debo lealtad a nadie a menos que yo quiera dársela?” Esta es la esencia del pecado.

Pero, gracias a Dios, la salvación cambia esto y restaura la relación anterior. Así que, lo primero que hace el pecador que ha regresado a los caminos de Dios, es confesar: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros (siervos)” (Lucas 15:18-19).

En el arrepentimiento, nuestra relación con Dios es restaurada y nos entregamos completamente a la Palabra de Dios y a Su voluntad como niños obedientes (Ver Hechos 3:19).

La felicidad de todas las criaturas morales descansa exactamente en esto: dar obediencia a Dios. El salmista clamó: “Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto“ (Salmos 103:20).

Los ángeles en el cielo tienen su libertad completa y su máxima felicidad al obedecer los mandamientos de Dios. Ellos no lo ven como una tiranía, sino que lo consideran como un deleite.

He estado examinando una vez más los misterios del primer capítulo de Ezequiel y no los entiendo. Hay criaturas con cuatro caras y cuatro alas, seres extraños haciendo cosas extrañas. Hay ruedas y otras ruedas en medio de las primeras. Sale fuego del norte y las criaturas van derecho hacia adelante y algunas bajan sus alas y las ondean. Seres extraños y hermosos todos divirtiéndose de lo lindo, deleitándose completamente con la presencia de Dios y en el hecho de que ellos pueden hacerlo.

El cielo es un lugar en donde te entregas a la completa voluntad de Dios y, ¡es el cielo porque ahí mora Dios! Por más que digamos de sus puertas de perlas, sus calles de oro y sus paredes de jade, ¡el cielo es el cielo porque es el mundo de los hijos obedientes! El cielo es el cielo porque los hijos del Dios Altísimo encuentran que están en su ambiente natural como seres morales obedientes.

El infierno es el mundo del rebelde. Jesucristo dijo que hay fuego y gusanos en el infierno, pero esa no es la razón por la cual es el infierno. Puede que soportes los gusanos y el fuego, pero para una criatura moral que sabe y se da cuenta que él está en donde está porque es un rebelde, esa es la esencia del infierno y del juicio. Ese es el mundo eterno de todos los rebeldes desobedientes que han dicho, “yo no le debo nada a Dios”.

Este es el tiempo que se nos ha dado para decidir. Cada persona hace sus propias decisiones acerca del mundo eterno donde va a vivir.

Nosotros no podemos creer en un Cristo dividido. Debemos recibirlo a Él por lo que Él es —¡El Salvador ungido y el Señor que es el Rey de Reyes y Señor de Señores!— Cristo no sería quien es, si nos salvara, nos llamara y nos escogiera, sin el entendimiento de que Él también va a guiarnos y a controlar nuestras vidas.

¿Es posible que nosotros realmente pensemos que no le debemos obediencia a Jesucristo? Le debemos obediencia desde el segundo en que clamamos a Él pidiéndole que nos salvara, y si no le damos a Él esa obediencia, tengo razones para preguntarme si estamos realmente convertidos.

La Biblia dice: “Este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Ver Hechos 2:36). Jesús significa “Salvador”. Señor significa “Soberano”. Cristo significa “El Ungido”. El apóstol no predicó a Jesucristo como Salvador, él predicó a Jesucristo como Señor, Cristo y Salvador. Él nunca dividió su Persona o sus funciones u oficios.

Tres veces en el libro de los Romanos (Romanos 10:9-13) el apóstol llama a Jesucristo “Señor”. El dice que la fe en el Señor Jesús más la confesión de esa fe al mundo, nos trae salvación.

Escudriña las Escrituras. Lee el Nuevo Testamento. Si tú has sido enseñado a creer de una manera equivocada en un Salvador dividido, debes estar gozoso de que aún haya tiempo para arrepentirte y confiar en el verdadero. Él es el único que te llevará a la vida eterna.

GRACIAS LUMBRERA
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CONTINUACION DEL PROGRESO DEL PEREGRINO

CRISTIANO Y FIEL EN LA CIUDAD DE LA VANIDAD PARTE 4


CRISTIANO Y ESPERANZA SE ENCUENTRAN CON IGNORANCIA PARTE 5


CRISTIANO Y ESPERANZA ENTRAN A LA CIUDAD CELESTIAL FINAL


UN PROFUNDO AGRADECIMIENTO A LOS DE BEREA.
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EL PROGRESO DEL PEREGRINO

AL HOMBRE SE LE REVELA SU PECADO PARTE 1


PEREGRINO Y EL INTERPRETE PARTE 2


A PEREGRINO SE LE ES PERDONADO SU PECADO PARTE 3


SIGA VIENDO CRISTIANO Y FIEL EN LA CIUDAD DE LA VANIDAD
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EL APOSTOLEITOR se escucha como de amentiritas pero es REAL

SIMPLEMENTE REAL



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LA SEMANA DE LA BIBLIA... Y TU COMO LA VIVES

ESPERO QUE NO TE PASE ESTO NUNCA
LA BIBLIA ES PARA LEERLA Y VIVIRLA...
CONOCE AL SEÑOR



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DOS VIDEOS SORPRENDENTES

En simples y precisas palabras, toda la verdad.

Aquí les dejo dos excelentes videos: el primero corresponde a John Piper, quien nos enseña en menos de dos minutos el "por qué" de la existencia del mal, y luego, en el segundo video John Macarthur nos explica cómo debemos entender y prácticar la adoración para que ésta agrade y glorifique el nombre de nuestro Dios.



MUCHAS BENDICIONES
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EVANGELISMO BIBLICO CON KIRK CAMERON




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EL SABIO DISCIERNE EL TIEMPO

TOMADO DE El Blog de Casa de Oración en Colton, California

El sabio discierne el tiempo y el juicio

Introducción

Ec. 8:5.- El que guarda el mandamiento no experimentará mal; y el corazón del sabio discierne el tiempo y el juicio.

El hombre sabio...En esta escritura, la palabra guardar proviene del hebreo shamar, que significa hacer un cerco alrededor, cuidar, cumplir, aplicar.  La palabra mandamiento proviene del hebreo mitzvá que significa ley, mandato, precepto, consejo.  Por su parte, sabio se traduce del hebreo kjacam, esto es inteligente, avisado, prudente; mientras que discernir se traduce del término hebreoyadá, que significa conocer, observar con cuidado, considerar, examinar, notar y percibir.

 Acercarnos al significado original de los términos utilizados en estos versículos nos permite hacer una paráfrasis, lo que nos ayuda a comprender más profundamente lo que escribió el predicador inspirado por Dios.  Podríamos entenderlo así:

 El que guarda, el que hace un cerco alrededor, que cuida, cumple y aplica el mandamiento, la ley, el mensaje y el consejo de Dios, no experimentara o sufrirá mal.  El corazón del sabio, del que es inteligente, avisado y prudente, discierne, conoce, observa con cuidado, considera, examina y percibe el tiempo y el juicio de Dios.


¿Cómo y por qué han surgido las sectas y las falsas doctrinas?

 

Creo personalmente que cuando una persona o un grupo se desvía del camino de Dios es porque se aleja absolutamente del mitzvá, es decir, de la Palabra de Dios, del conocimiento de sus mandamientos.  Abandonar el consejo y la dirección de Dios produce ignorancia.  En estas condiciones se carece de la sabiduría del Señor para discernir, para observar con cuidado y distinguir entre lo bueno y lo malo, entre lo santo y lo profano, entre lo limpio y lo inmundo.  El sabio, por su parte, se da cuenta de que así como hay un tiempo para todo, así también, habrá un tiempo para el juicio de Dios.

La semana pasada asistimos a un evento organizado por varias congregaciones del sur de California.  Con tristeza nos dimos cuenta una vez más de la condición espiritual de la iglesia de nuestro tiempo: una iglesia emocional, mercantilista y distante de la realidad, espiritualmente débil aunque se dice a sí misma que es fuerte para conquistar -así dicen- todo el Inland Empire para Cristo.  Es clara la falta de discernimiento, la incapacidad para distinguir la frontera entre lo carnal y lo espiritual.  Observamos una triste pasarela de ministerios musicales, una burda competencia de talentos que, lejos de adorar a Dios, amenizó vanamente una cena.  Tan lamentable fue la velada que, según supe, un pastor fue invitado a dirigirse a la audiencia, pero no para predicar la palabra sino para ¡contar chistes!  Se trataba de hacer una fiesta cristiana en la que, a decir verdad, el Señor Jesús era un gran ausente.  Y pese a ello, al final, todos los asistentes dieron gracias a Dios por lo que consideraron ¡una celebración de gran éxito!

¿Amenizando...?

Aquí surge la pregunta: ¿quiénes son los responsables de ello?  ¿Serán los pastores o los propios congregantes?  Estoy convencido de que los responsables somos nosotros, los pastores y maestros, los encargados de cuidar y edificar la iglesia que Jesús compró con Su sangre.

Ef. 4:11-12 Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.

En este versículo, la palabra perfeccionar se traduce del griego katartismos que significa corregir todo lo deficiente, instruyendo y completando en todas sus partes.

En el Antiguo Testamento la responsabilidad de los sacerdotes es claramente descrita:

Ez.44:23.- Y enseñarán a mi pueblo a hacer diferencia entre lo santo y lo profano, y les enseñarán a discernir entre lo limpio y lo no limpio.

¿Será ésta la misma responsabilidad de los pastores y los sacerdotes de hoy?  Entiendo que sí, que es parte de nuestro trabajo… y que lamentablemente muchos, hoy en día, están incumpliendo esta misión encomendada por el Pastor de pastores.

 

El engaño religioso

 

Una de las señales que Jesús anunció como señales de su inminente regreso es, precisamente, el engaño religioso.

Mt. 24:4-5 Respondiendo Jesús, les dijo: Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán.

Mt. 24:11, 24 Y muchos falsos profetas se levantaran, y engañaran a muchos. Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos.

El Señor lo deja claro: jamás las señales o los milagros serán garantía o evidencia de que quienes los hacen provienen de Dios. ¡Satanás como engañador e imitador también hace señales y milagros!  ¿Cómo sabrán los creyentes si uno que hace milagros proviene o no de Dios?  Para eso el Señor nos da el discernimiento, pero éste no se produce por sí mismo, sino que es parte que el creyente alcanza por el estudio de la Biblia, la oración, la comunión con Dios y con sus santos.

Falsos profetas...

Esa falta de discernimiento es la razón principal por la que Dios envió profeta a predicar a la ciudad de Nínive, según el libro de Jonás.  Al brindar a los habitantes de esta ciudad pagana la oportunidad de arrepentirse de sus pecados, Dios afirma:

Jon 4:11.- ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?

Estos ciento veinte mil son principalmente niños de entre tres y cuatro años de edad.  Sin embargo fueron muchos más los que se arrepintieron.  Según el capítulo tres del libro de Jonás todo Nínive creyó, se arrepintió y proclamó ayuno para hombres, mujeres, niños y hasta animales.  ¡Todos éstos tuvieron convicción de pecado, el mensaje de Dios les abrió el entendimiento que les condujo a arrepentirse, entendieron la Palabra de juicio de Dios, mostraron discernimiento!

La pregunta aquí es ¿cuántas personas, no sólo niños sino jóvenes y adultos habrá hoy que no saben discernir?  Personalmente creo que una de nuestras principales oraciones debería consistir en pedirle a Dios entendimiento en lugar de cosas materiales: lo material viene por añadidura, lo que realmente necesitamos para la vida es la sabiduría de Dios.

1 Reyes 3:9-10 Da, pues, a tu siervo corazón entendido (oír con atención) para juzgar (pronunciar sentencia justa) a tu pueblo, y para discernir (conocer, observar con cuidado, considerar, examinar, notar y percibir.) entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande?  Y agradó delante del Señor que Salomón pidiese esto.

 

El discernimiento y la revelación sólo vienen por el Espíritu de Dios.

 

1Co. 2:12-13 Y nosotros no hemos recibido el espíritu (con minúscula por ser humano,  de pneuma, corriente de aire, soplo, viento o aliento) del mundo, (sus formas, la manera de pensar y de actuar de las personas del mundo) … sino el Espíritu (con mayúscula, divino) que proviene de Dios para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.

Acomodando, aquí, viene del griego sunkríno que significa comparando, explicando, interpretando correctamente, juzgando una cosa con otra, cotejando una cosa con otra, una persona con otra, un Espiritual con un carnal.  Es decir, acomodar lo espiritual a lo espiritual es aplicar las palabras y los principios espirituales a lo que es de origen espiritual (lo que es de la carne, carne es).

1Co. 2:14-15 Pero el hombre natural (del griego psuquikos; sensual, carnal) no percibe (del griego decomai, que no recibe, que no toma en cuenta) las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente (del griego anakrino que significa examinar, escudriñar exhaustivamente). En cambio el espiritual juzga (discierne, del griego anakrino, examina, escudriña) todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie.

Parafraseando estos versículos lo entendemos con mayor profundidad:

1Co. 2:12-15 Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sus formas, maneras de pensar y actuar, no hemos recibido el soplo, el viento, el aliento del mundo.  Más bien hemos recibido el Espíritu que proviene de Dios, su soplo, su viento, el aliento de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas o aprendidas por sabiduría humana, sino por aquellas que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual, comparando, explicando, interpretando correctamente, juzgando una cosa con otra, cotejando una cosa con otra, una persona con otra, un espiritual con un carnal.  Pero el hombre natural, sensual y carnal, no percibe, no recibe ni toma en cuenta las cosas que son del Espíritu de Dios porque para él son locura, son boberías, cosas absurdas, y no las puede entender, porque se las cosas espirituales se deben discernir, examinar y escudriñar exhaustivamente.  En cambio el espiritual juzga, discierne, examina, escudriña todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie, esto es, él no puede ser juzgado por un incrédulo, por un hombre natural y carnal.  

En otras palabras, sólo los que han nacido de nuevo y tienen el Espíritu Santo, y que han sido enseñados por Él, con la base ineludible e insustituible de la Biblia, pueden discernir, juzgar, examinar y escudriñar exhaustivamente las verdades espirituales de Dios.

 

Conclusión.

 

La base de toda creenciaEn estos tiempos se ha abandonado el Evangelio y se ha abrazado la sensualidad, el enfoque de muchos pastores, lejos de llevar a los creyentes a discernir entre lo bueno y lo malo, está orientado hacia la mera satisfacción de los sentidos.  Es así como ahora somos testigos de una generación de pastores, ministros y creyentes cuya conducta está fundamentada en el pragmatismo, es decir, en valorar sólo los resultados inmediatos de las decisiones sin considerar los procedimientos.  Es la generación de creyentes convencidos de que el fin justifica los medios.

Ese pragmatismo se nota, nada más por poner un ejemplo, en la facilidad con la que se invita a un cantante o a un predicador supuestamente cristiano a “ministrar” aunque éste cobre por dar lo que recibió gratuitamente de parte de Dios, sin que importe su testimonio, si se trata de una persona de doble vida, de un homosexual, de un adicto a la pornografía, de un ladrón o un defraudador, con tal de que éste, popular como ha llegado a ser, llene un auditorio con capacidad para varios miles de personas, lo cual parece ser el único fin de muchos ministros y congregaciones.

El fin no justifica los medios: los verdaderos discípulos de Jesús tenemos la alta responsabilidad de desarrollar el discernimiento, es decir, la capacidad de observar con cuidado, notar y percibir, distinguir lo bueno de lo malo, lo santo de lo profano, lo inmundo de lo impío, lo carnal de lo espiritual.

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