¡CUIDADO CON LA MUNDANALIDAD!

Por Suguel Michelen

La palabra “mundanalidad” suele poner a la gente a la defensiva. Este no es un tema que generalmente se escucha con agrado, a pesar de la enorme importancia de este asunto para todo creyente que desee disfrutar de una vida espiritual vigorosa y fuerte.

Así que, por favor, no levantes tus defensas antes de leer lo que sigue a continuación; no asumas de antemano que al hablar contra la mundanalidad estaremos abogando a favor del legalismo, porque el legalismo y la verdadera piedad están tan lejos uno del otro como el cielo del infierno.

Si eres cristiano propón, más bien, en tu corazón examinar cuidadosamente lo que la Escritura enseña acerca de este tema, recordando que la Biblia no es otra cosa que un regalo de nuestro Padre celestial que nos amó con tan grande amor que envió a Su propio Hijo a morir por nosotros en la cruz del Calvario.

Y una de las cosas que ese Dios amante nos advierte una y otra vez en Su Palabra es que nos cuidemos del mundo, que no bajemos la guardia en ningún momento porque estamos en medio de un conflicto de enormes proporciones y consecuencias (comp. Jn. 17:14-16; Sant. 4:4; 1Jn. 2:15-17).

Estos textos nos enseñan claramente que el amor al mundo y el amor a Dios son totalmente incompatibles; que no se pueden amar a los dos al mismo tiempo. La enemistad entre Dios y el mundo es irreconciliable, y a nosotros no se nos ha dado la encomienda de lograr un tratado de paz, si no de alinearnos con nuestro Capitán en esta guerra.

Ahora bien, cuando hablamos del mundo en este contexto debemos tener el cuidado de definir con precisión de qué estamos hablando, porque hay un sentido en que el cristiano debe amar al mundo.

El creyente está llamado a amar la creación de Dios y a las personas que pueblan este mundo, independientemente de que sean cristianos o no. Cristo vino al mundo por amor al mundo (Jn. 3:16). Dios amó al mundo y nosotros debemos amarlo también en ese mismo sentido.

Pero cuando la Biblia nos advierte contra el amor al mundo, se refiere a un sistema o modo de vida que se opone al carácter de Dios y a los planes de Dios. Alguien lo define como “el sistema organizado de civilización que es activamente hostil a Dios y que se encuentra alienado (separado) de Dios”.

No podemos pensar en el mundo únicamente en términos de “entretenimientos cuestionables” o de ciertos patrones de conducta que se sitúan al borde de lo inmoral o pecaminoso. El mundo es algo mucho más amplio.

Tal vez entenderemos mejor este concepto si nos preguntamos: ¿Cuándo se introdujo en el mundo ese sistema al que llamamos “mundanalidad”? Desde el mismo momento en que nuestros primeros padres cedieron a la tentación de Satanás en el huerto del Edén, cuando el diablo les dijo: “Seréis como Dios” (Gn. 3:5). En vez de someterse al único Dios vivo y verdadero, el diablo les propuso que se convirtieran ellos mismos en su propio dios.

“Seréis como Dios”. ¿Y eso qué implica? Que en vez de buscar la gloria de Dios, ahora buscarían su propia gloria; en vez de procurar el agrado de Dios, ahora habrían de seguir la inclinación de sus propios deseos y pasiones, aún en contra de la voluntad de Dios. “Lo que importa es mi opinión, mis deseos, mi placer, mi propia gloria”. Ese es el espíritu de la mundanalidad.

Vayamos a uno de los textos clave del NT sobre este tema: 1Jn 2:15-17. Juan especifica en el texto que no debemos amar el mundo (el sistema en sentido general), “ni las cosas que están en el mundo”; ahora ¿cuáles son esas cosas? Noten cómo Juan las define en el vers. 16:“los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida”.

“Deseos… deseos… y vanagloria”. ¿Ven cómo Juan apunta claramente al corazón? Todos nosotros hacemos uso cada día de cosas que están en el mundo; y muchas de esas cosas son neutrales en sí mismas.

Pero pueden atrapar de tal manera nuestros deseos que nos lleven a hacer un uso pecaminoso de ellas, en contra de la voluntad revelada de Dios, o a colocarlas en el lugar que sólo a Dios corresponde.

El hombre mundano es aquel que busca su felicidad primariamente a través del uso de las cosas del mundo, independientemente de la voluntad de Dios (comp. Sal. 17:13-14). Mientras puedan saciarse a sí mismos, y saciar a sus hijos, estos hombres se sienten satisfechos. Ellos no están detrás de aquellas cosas que trascienden esta vida presente; su porción se limita a las cosas de este mundo y nada más.

Eso es lo que ellos aman, y lo aman con tal pasión que Dios no tiene lugar en sus vidas, excepto cuando creen que lo necesitan para obtener más cosas de este mundo. Ese es el espíritu de la mundanalidad.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

0 comentarios:

Publicar un comentario